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 El club de los encapuchados

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Sky
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MensajeTema: El club de los encapuchados   El club de los encapuchados Icon_minitimeVie Feb 29, 2008 8:46 pm

Esta es una de las historias que estoy escribiendo, espero que les guste.

FICHA DE LA HISTORIA:

PERSONAJES: Cynthia, Christopher, Magali, Kailan, Enoc, Cedric, y más que no adelantaré.

ÉPOCA:
Actual

PORTADA PROVISONAL: No disponible aún.

LUGAR: Una ciudad ficticia llamada Ermsen

SINOPSIS: En un mundo lleno de humanos corruptos y avariciosos, existen personas deseosas de acabar con la miseria. La mayor parte se ahoga en el olvido, pero, desde hace algunas décadas, varias almas caritativas han creado una extraña organizacion que se divide en varias partes, llamadas órdenes. Esta organización pretende acabar con la corrupción y el ansia de poder, pero no es tan fácil como en un principio pareció. ¿Es todo tan bueno como parece, o hay segundas intenciones escondidas tras las máscaras de justicia y benevolencia del consejo? ¿Conseguirá el Club de los Encapuchados abolir la injusticia?

A todo esto, ¿qué secreto guardará Kailan, la misteriosa y abstraída chica nueva? ¿Es cierto que sus padres fallecieron en un desconcertante accidente de tráfico? Cedric, intentando responder a las preguntas que atormentan su mente, se mete de lleno en una respuesta a la única duda que nunca se planteó. Dicen que la curiosidad mató al gato...
______________________________________

Prólogo

Poca gente conoce la existencia de El Club de los Encapuchados. De esa gente, la mayoría lo considera un mito, una leyenda urbana. Los que sí creen él, y no son miembros de pleno derecho, tienen suerte si conservan sus recuerdos, o incluso su propia vida. Tan sólo la ínfima parte de este reducido grupo es conocedor del lugar donde se halla su sede, y ninguno ha tenido el valor y el coraje de acudir.


Miento, sí ha habido alguien que, siendo ajeno a la Orden, ha cruzado sus puertas sin ser consciente siquiera de lo que hacía. Pero no revelaré la identidad del héroe, o necio, que lo hizo. Aún no ha llegado el momento de contar más detalles, pero llegará. Tengo por costumbre comenzar a relatar las historias desde el comienzo, y esta historia empieza muchos años antes. El Club de los Encapuchados tiene y ha tenido muchos nombres durante su presencia. Algunos lo llaman El Club de los Sin Nombre, La Orden, El Consejo, o el Club, a secas. También muchos lo han llamado “Disparates de un loco aburrido”, pero prefiero no mencionarlos, porque ni estoy aburrida ni mucho menos soy una loca. ¿Mi nombre? No tiene relevancia alguna en el hilo de esta historia, y sé bien que siempre resulta más sencillo narrar sin identidad, porque un narrador es la voz detrás de los focos, y no la estrella protagonista. Y es que no es mi historia.


Cynthia tenía el cabello moreno, como el más oscuro carbón, y ojos negros que parecían absorber la luz que había a su alrededor, y sin embargo, tenían un brillo cálido y acogedor. Hacía siete años, había tenido a su primer hijo. Un bebé sano que se había convertido en un niño enfermizo y delicado, como el primer rocío de la mañana. Llamó al niño Enoc, y lo crió junto a su marido, Christopher, al que había conocido mucho, mucho tiempo antes. Quedó embarazada de nuevo siete años después, y en principio fue motivo de alegría. Dio a luz con bastante retraso, pero el bebé, ahora una niña, nació completamente sana y bien formada. Sus ojos eran dos pozos negros, enormes, expresivos y cariñosos. Una poblada mata de cabello rubio platino enmarcaba su carita redonda. Dos meses después, justo cuando Cynthia y Christopher empezaban a creer que de verdad habían dejado su oscuro pasado atrás, ocurrió algo. Algo terrible que cambiaría sus vidas para siempre.

Una carta, firmada por el Sabio Superior. Estaba en un sobre lacrado, con el sello de una estilizada serpiente alrededor de una rosa. El sello del Club, como reconocieron a primera vista. Con las manos temblorosas, Christopher había roto el sobre con un abrecartas de plata, pero temblaba tan violentamente que se hizo un pequeño corte. Procurando no manchar con sangre el pergamino amarillento que extrajo de su interior, leyó en susurros para que su esposa lo escuchara. Cuando terminó, las lágrimas recorrían el rostro de ésta, y nublaban también su vista. Arrojó la carta y el sobre a la chimenea, y contempló cómo las llamas devoraban el papel y derretían la lacra roja, difuminando el sello, para siempre.

Aquella noche, una tormenta hacía crujir las columnas de la vieja mansión. Christopher se dirigió a la habitación de Enoc, que estaba escondido entre las suaves sábanas de franela. Tenía miedo. Tenía miedo de la tormenta, de los truenos, de las gotas que golpeaban con fuerza la ventana, y parecían querer romperla para introducirse en su dormitorio. El hombre se apoyó en el filo de la cama, y apartó con suavidad las sábanas. Su hijo le miró, lucia unas grandes ojeras bajo sus grandes ojos marrones. No había dormido en toda la noche, tenía un mal presagio. Terrible, en realidad, y su padre lo adivinó en su mirada asustada. Acarició con dulzura su cabeza parpadeando con discreción para contener las lágrimas. Abrazó a Enoc, que fingió no entender la tristeza de su padre.

-Vístete- dijo entonces, procurando que su voz fuera lo más firme y cálida posible.- Vamos a ir a un sitio.
“Allí estarás a salvo” añadió para sí mismo.

El estruendo de unos golpes frenéticos en la puerta de caoba despertó a Magali de su siempre liviano sueño. Despotricó en voz alta, y se puso una rebeca sobre el camisón.

-Ya voy, ya voy.- gruñó mientras bajaba con rapidez la escalera, preguntándose quién rayos tocaba a esas horas de la madrugada en la casa de una anciana solitaria y con semejante tormenta. Tras llegar al ostentoso recibidor, y abrir con brusquedad la gruesa puerta de madera, un escalofrío recorrió su cuello. Allí estaba su hermano, con su cuñada y sus sobrinos, completamente empapados y tiritando. Él llevaba a la pequeña en brazos, envuelta en una manta que no cumplía muy bien su función de protegerla de la lluvia. Cynthia cogía de la mano al mayor, que estaba abrazado a su pierna izquierda. Su reacción no se hizo esperar, y tiró de ellos hacia dentro, cerrando de nuevo la puerta tras de sí.

-¡Christopher! Vais a coger una neumonía, ¿Cómo se te ocurre venir con esta tormenta?- su mirada se dirigió al bebé que lloraba entre sus brazos. Debía estar helada de frío.- ¿Es que no sabes que a esta edad es muy peligroso que enfermen? Venid, encenderé la chimenea.

-¡No hay tiempo!- cortó él.- Tenemos que hablar.

Magali miró un momento a Cynthia, y ésta asintió en silencio. Le murmuró a Enoc que esperara allí, y el niño se sentó en un butacón. Magali extrajo dos gruesas mantas de lana, y le tendió una. Con la otra tapó a la niña, que aún lloraba, con menos intensidad, y la recostó en uno de los divanes, consiguiendo que se durmiera. Christopher y Cynthia contemplaron exasperados, cómo, después, encendía la chimenea y echaba más leña. Apagó el resto de las luces, y quedó tan sólo el resplandor de la lumbre iluminando la amplia sala de estar. Fue entonces cuando hizo una seña a su hermano, indicándole que fuera a su despacho. La siguieron por un corredor hasta otra estancia más pequeña, decorada con sobriedad y elegancia a la vez. Salieron de allí media hora después, profundamente apenados. Magali sentía una latente preocupación, le habían asegurado que no pasaría nada, pero sabía que no era cierto. Conocía lo suficiente a su hermano como para reconocer cuándo le mentía. Y una fuerte presión en su pecho le advertía de que aquella sería la última vez que le vería. Les acompañó a la puerta, apesadumbrada. No hubo grandes despedidas.

Contempló a sus sobrinos, que dormían con tranquilidad. El frío había salido de sus venas, pero la tormenta de aquella noche marcaría sus vidas para siempre. Lo supieran, o no.
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